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Foto del escritorRichard R. Crown

"...el mismo atardecer..."

"...el mismo atardecer..." de Richard R. Crown, del nuevo libro "Nunca existieron nubes, nunca existieron estrellas, solo hubo soledades perversas" México, 2020 © Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra.


...cuando dos extraños se encuentran en un ascensor que justo se acaba de solicitar...



...mismo atardecer presagio de un emocionante amanecer...

—Hola ¡siempre nos encontramos al esperar el ascensor! —dijo ella con voz de una plática cualquiera que busca un hilo de charla superflua.


—¡Diario nos encontramos! —Ladeó la cabeza para ver la cara de ella y asociar algún elemento que delatara intención.


Y él encontró el elemento sospechoso cuando ella apretó medio centímetro sus labios.


—¡Está linda la tarde, tendremos un atardecer espectacular! —Afirmó él mientras le daba un respiro a ella volteando la mirada en pretexto de ver si el ascensor avanzaba.


—Sí, será espectacular, ¿tú también tienes vista de tu lugar a la ventana verdad? —preguntó ella mirando el número de piso de destino del ascensor de él y en búsqueda de información útil para avanzar firme en el siguiente encuentro.


—Sí, yo veo el atardecer pleno... por lo que te escucho, creo que ambos contemplamos los mismos hermosos atardeceres desde nuestros sitios de trabajo, ¡tu en tu piso y yo en el mío! —dijo él dando un poco de seguridad a ella en elementos para interactuar.


Fue entonces cuando llegaron al piso de él y ella continuaría el viaje... solo que delatando su resignación al momento de descansar un poco los hombros en simultáneo.


—Nos vemos, linda tarde! —dijo él mientras intencionalmente no volteó a verla a ella mientras salía del ascensor


Lentamente el ascensor cerraba sus puertas cuando faltando escasos 20 centímetros, ella vio aparecer la mano de él evitando que cerraran las puertas y volviendo abrirlas por la función natural del ascensor.


Cuando las puertas del ascensor abrieron, él se colocó entre las puertas para evitar que se volvieran a cerrar las puertas, con ella adentro, un poco acorralada y atónita.


—¿Crees que algún día veremos el mismo hermoso amanecer? —dijo él con voz impostada, después de darle dos segundos de previo silencio mientras que levantaba la cara, erguía la postura corporal y ladeaba la cara mientras esperaba la respuesta de

ella que ya para entonces tenía la cara llena de rubor nervioso.


La mejor parte es que se contestaron con una sonrisa de ida y vuelta, sin palabras... rematando con un movimiento de cabeza horizontal.

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